Foto; Imágen Bajada de la virgen 2015
Desde principios de junio ya se podía sentir en las calles de nuestra capital la esperada llegada de la Bajada de la Virgen. Las casas comenzaron a engalanarse, los balcones lucían banderas y flores, y el ambiente se impregnaba de esa mezcla inconfundible de emoción, devoción y orgullo que solo los palmeros sabemos sentir cuando se acerca este acontecimiento tan nuestro.
Tras diez años marcados por pandemias, guerras y hasta la erupción de un volcán que cambió la historia reciente de nuestra isla, por fin nos toca celebrar nuestras fiestas mayores. Esta edición de la Bajada de la Virgen no es una más: es el reencuentro con nuestras raíces, con nuestras tradiciones más profundas y con una comunidad que, a pesar de las adversidades, ha sabido mantenerse unida y resiliente.
La bajada del trono fue uno de los momentos más emotivos. Se cumplió lo prometido: toda la ciudadanía, unida tras una década de espera, acompañó el trono camino abajo hasta la iglesia de El Salvador. Allí, la emoción era palpable. Las castañuelas palmeras, las chácaras gomeras, los tambores majoreros y las agrupaciones folclóricas llenaron las calles de ritmo, color y sentimiento. Era imposible no emocionarse al ver a familias enteras, desde los más pequeños hasta los mayores, caminar juntas con la mirada puesta en la imagen de la Virgen.
Con el inicio de la Semana Chica, la ciudad se transformó por completo. Pudimos disfrutar de la proclamación de las danzas, un acto lleno de simbolismo que marca el arranque oficial de las celebraciones, y de la cabalgata anunciadora, en la que las festividades más representativas de cada municipio se unen en un desfile mágico que recorre las principales calles, despertando sonrisas, aplausos y algún que otro recuerdo de infancia.
El domingo comenzaron los actos más esperados. Tras el alegre y colorido desfile de La Pandorga —una explosión de creatividad, papel, farolillos y sátira popular—, arrancaron los eventos tradicionales de la Semana Grande. El elegante Minué, que nos transporta a otra época con su música y sus trajes de época; la inigualable Danza de los Enanos, una de las expresiones culturales más queridas y esperadas, donde lo imposible se hace realidad bajo el asombro de miles de espectadores; el Carro Alegórico y Triunfal, con sus mensajes cargados de ironía y reflexión; y la espectacular Danza de los Acróbatas, que combina fuerza, destreza y arte en una coreografía única.
Sin embargo, para los palmeros, el día más importante será el 12 de julio. Ese día, la patrona bajará desde el santuario de Las Nieves hasta la parroquia de La Encarnación, en un recorrido cargado de historia, fe y emoción. Al día siguiente se celebrará la tradicional representación del Castillo y el Barco, una escenificación única en su género que mezcla historia, religión y teatro, y que este año espera reunir a cerca de 70.000 personas.
Sin duda, como palmero, siento una profunda alegría y una emoción difícil de describir. Esta fiesta, que llevamos más de diez años esperando, no solo es un acto religioso o una tradición folclórica: es el alma de un pueblo que se reencuentra consigo mismo, que celebra su identidad, que recuerda de dónde viene y hacia dónde quiere ir. Y todo esto lo hacemos con la mejor de las ilusiones, con el corazón lleno y con la certeza de que, pase lo que pase, la Bajada de la Virgen siempre será el latido más fuerte de La Palma.
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