Foto; Momento del homenaje a Juana María
Juana María Ortega tenía tan solo diecinueve años cuando fue privada de libertad y condenada a malvivir en la cárcel de la isla de La Palma donde no conocía a nadie. Era inocente. Llegó a la prisión de La Palma condenada por la Ley de Vagos y Maleantes en el año 1969, y su sentencia decía: “tara erótica, dada la práctica de la homosexualidad”. Ese fue el motivo por el que fue encarcelada, enviada desde Las Palmas de Gran Canaria con una doble condena: la prisión injusta y la del destierro, la vergüenza y la mancha que recibieron las personas LGTBIQ+, especialmente homosexuales y personas trans. A La Palma llegaron decenas de personas condenadas a privación de libertad y destierro, injustamente, por ser o amar tal y como eran.
La consejera de Promoción Económica del Cabildo de La Palma y conse de la empresa pública Sodepal, Miriam Perestelo, destacó la importancia de este homenaje por la injusticia de estas leyes que condenaban a personas inocentes. “Agradezco a Juana María Ortega el esfuerzo emocional tan fuerte por venir a La Palma, cuentan con todo el respaldo institucional del Cabildo para reparar todo el daño que sufrieron las víctimas, si es que eso es posible”, expresó Perestelo. “Esto debe servir para lograr una sociedad más igualitaria y justa donde todas las personas tengan cabida y nadie se vea reprimido”, añadió.
Una placa en homenaje a las víctimas
El Cabildo de La Palma ha instalado una placa en homenaje a las víctimas en el Palacio Salazar de Santa Cruz de La Palma a través de su empresa pública Sodepal y en estrecha colaboración con el colectivo LGTBIQ Violetas. "Este homenaje no debería ser un acto simbólico más. Esta placa es un grito contra el olvido, una palabra grabada sobre la piedra para romper el silencio que se impuso durante décadas", ha dicho Besay Viña, presidente del colectivo LGTBIQ+.
En los años del franquismo, la llamada Ley de Vagos y Maleantes —y luego la Ley de Peligrosidad Social— convirtió la diversidad en delito. Esa ley no corregía peligros sociales, los fabricaba, según explicó el colectivo. Y los fabricaba contra las disidencias, contra todos los cuerpos y almas que no cabían en la estrecha norma franquista. "¿Y saben qué es lo más doloroso? Que muchas de estas historias todavía duelen en silencio", añadió Viña.
El presidente del colectivo recuerda que sus nombres no figuran en los libros, que sus memorias se han tenido que rescatar pedazo a pedazo, entre la vergüenza impuesta y el olvido institucional. "Personas como Juana María Ortega, con apenas 19 años, fueron condenadas por una supuesta “tara erótica” —así lo decía su sentencia—, por el simple hecho de amar como su corazón dictaba. No hubo crimen. Solo hubo prejuicio. "Les quitaron la voz, el nombre y la dignidad", zanjó.
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