Normalmente procuro no ser presa de la superstición. Si necesito dar sentido a una flagrante mala casualidad, opto por recurrir a la trillada y mal entendida Ley de Murphy en busca de una explicación, o en su defecto, a algo de “consuelo”.
De este modo viví aquella coincidencia, la del día en que se quebró una quinta punta de la estrella.
En manos de una díscola adolescente, hasta el metacrilato se vuelve débil. Cuando le regalaron el llavero, la consigna de entrega fue, `una estrella para otra estrella´. Dicho y hecho. Se estrelló.
¿Murphy o superstición?
Llegó a casa y abrió la puerta con el ímpetu de quién regresa de una yincana. Prueba esta que, ciertamente, supone para algunos la jornada en secundaria.
-¿¿Ya comiste?? -Preguntó, sin haber terminado de cerrar la puerta, al verle en el sofá.
-Siéntate.
El carácter y el semblante, frente a lo que allí estaba ocurriendo, eran solemnes. Se esfumó el mal trago por haber hecho añicos parte del juego de llaves.
-¿Qué pasó pa´?
En la telefunken de catorce años (nada de obsolescencia programada en la casa a 2001), aparece Matías Prats desencajado, y en la miniatura, un avión comercial atraviesa el rascacielos norte de lado a lado. Parecen ambos, aeronave y torre, simples juguetes.
- ¿¿Un accidente??
- ¡¿Pero tú no ves hija, qué están matando gente?!
Impacta el segundo vuelo, 14:03 hora canaria.
Se adelantó a la evidencia, como siempre. La persona más “fuerte” del mundo tenía miedo, y la expresión en el vidrio estriado de sus ojos, dio a entender, con nitidez, la magnitud de los hechos.
Ni siquiera tuvo apetito después de haberse hecho Las Mimbreras, ya a esa hora, dos veces.
Permanecieron hipnotizados en silencio, engullendo una atrocidad que marcaría el devenir del planeta entero.
Las consecuencias del atentado contra “la capital del mundo” el 11S, aún nos suceden.
Arrastramos y arrasamos con ese terror de norte a sur y de oriente a occidente; con la pasividad de sentirnos a salvo en un entorno “civilizado y sensible” frente al horror de las guerras.
Confiados; viviendo en una comodidad ficticia que nos seduce, porque ha sido fabricada para hacernos incapaces de alinear defensa en pro de los derechos humanos. Tibios, en una burbuja de frivolidad e indiferencia.
Satisfechos; dormitando en la fragilidad de lo acrílico y lo estético, mientras una parte del todo se nos rompe en cualquier continente.
Somos occidente, y nosotros, “los buenos”, sí podemos absorber la luz de las estrellas.
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