Fotografía por cortesía de Encanto Palmero
Hoy, 5 de junio, se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente, una fecha que no debería pasar desapercibida ni reducirse a una efeméride más en el calendario. Es un recordatorio urgente, casi desesperado, de que la salud de nuestro planeta está en juego, y con ella, la vida tal como la conocemos.
El lema de este año, "Nuestras tierras. Nuestro futuro. Somos la Generación Restauración", no es un simple eslogan: es una advertencia. La degradación ambiental avanza más rápido que nuestra capacidad de respuesta. La desertificación, la pérdida de biodiversidad, el cambio climático y la contaminación nos muestran una realidad alarmante. Pero no inevitable.
Somos la primera generación plenamente consciente del daño que estamos causando al planeta y, quizá, la última con la capacidad real de revertirlo. ¿Qué estamos haciendo con esa responsabilidad?.
Más allá de las cumbres internacionales, de los compromisos políticos y de las declaraciones de buenas intenciones, el cambio empieza en cada uno de nosotros. No se trata solo de reciclar o apagar la luz al salir de casa. Se trata de repensar nuestro modelo de consumo, de exigir políticas públicas ambiciosas, de educar a las nuevas generaciones en una relación sana con la naturaleza.
El medio ambiente no es una causa más. Es la causa. No habrá justicia social, economía estable ni futuro posible si no garantizamos un entorno sano y sostenible.
Por eso, en este Día Mundial del Medio Ambiente, el verdadero homenaje no está en los discursos, sino en las acciones. Plantar un árbol. Evitar un plástico. Apoyar la producción local. Denunciar la destrucción ambiental. Elegir con conciencia.
El planeta no puede esperar más.
Y nosotros, como humanidad, tampoco.
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